Poema
perteneciente al libro inédito Biblioteca del príncipe di Sangro
publicado en la revista La bolsa de pipas, número 102,
Mallorca, septiembre 2016
PRONTUARIO DE HERÁLDICA ABOLIDA,
EJEMPLO DE GRAN ERUDICIÓN RECOPILADO POR
DON DOMINGO DE MENDOZA.
MADRID 1678.
No hay más paraíso que
los perdidos…
Barón de Bearn
Érase una vez hace ya mucho tiempo en la que los árboles huecos
abrigaban a los vagabundos y la ternura del álamo aún no había
sido traicionada por el hacha; en la que el gato soñaba con ser
tigre y la aurora con ser campana; donde las abejas volaban ebrias de
azúcares y mieles mientras los ángeles ejercitaban acrobacias en el
cielo. Érase una vez un tiempo en el que los girasoles insumisos se
volvieron hacia la luna; en el que las palabras a causa de la edad
se volvieron nómadas como estrellas fugitivas. Érase una vez una
infancia medida en relojes con arena de playa. Érase una vez la
sonrisa de la bahía resplandeciente donde el eco del mar se
encarcelaba en caracolas unísonas donde el agua era simultánea y
sucesiva. Érase un tiempo en el que escribía églogas en primavera
y alejandrinos en invierno. Pero ahora soy la soledad del papel
blanco en la que ya nadie escribe y este libro no es más que una
urna donde reposan los sueños rotos. Los días se repiten como
nubes de lluvia. Habitado por una resonancia, el otoño pulsa
guitarras y clavicémbalos de oro como un nimbo sin aroma. Las
hogueras se alimentan de sangre y humo. La palabra colinda con lo
oscuro. Mi propia profecía es mi memoria. Sueño con oráculos.
Quemo mi llama con el fuego, mi propia desnudez entre las sábanas.
La voz florece en los almendros; mientras de la boca de los barítonos
crecen orquídeas hermafroditas. La lluvia recuerda un amor lejano,
antiguo como el apellido de la nostalgia: ámbar de amor, resina
pretérita: soles que parpadean en esta página. Esta soledad
coronada de águilas. Esta belleza de zares derrocados y de princesas
fugitivas. Esta melancolía de rosas y de dalias. Esta tristeza que
avanza lenta como el óxido, pero inexorable como el tiempo. Un torso
romano en medio del jardín de espigas quizá como un ancla
abandonada. Palabras puras que ignoran su forma y contenido como las
palomas su vuelo y su canto. El solsticio de la memoria entre tantas
sílabas de viento inútiles, aquellos días como cuerdas de un arpa
rota, aquel poema como antigua arqueología, como nostalgia de ser
ángel.
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