Poema
pertenenciente al libro Biblioteca
del Príncipe di Sangro,
publicado
en el libro Los
seis dedos de una mano,
editado
en Corona del Sur, Málaga 2018
THESORO
DE CITAS Y SENTENCIAS
CON
EXLIBRIS DEL BARON DE LEZCANO,
POR
FRAY BARTOLOMÉ TRUJILLO.
MADRID,
1653
Herido
por una anemia elegante
de
fin de raza
Marqués
de Vinent
Cubrí con velos y topacios el alba. Disfracé mi
fracaso con toda la quincalla de oro callado. Escribí poemas como pasatiempos
alejandrinos para entretener mientras tanto a la muerte. Llené la página de
abanicos y de alientos ávidos, sílabas como abracadabras que abren rosas
dormidas, invisibles endecasílabos desleídos en agua de lluvia. Desplegué toda
la ingeniería barroca contra las hordas bárbaras del silencio. Busqué como un
aurúspice entre las vísceras del verbo querellas y querencias. Me convertí en
zahorí tras esa lágrima negra que ríe a escondidas. Amé a la musa, y a mí mismo
y quedé atrapado como mariposa ciega ante un azogue celoso. Aprendí de los
clásicos el arte de la fuga, leyendo huí siempre hacia delante, aunque fuera en
renglones torcidos, o en intertextos. Viví en la ficción de las palabras,
acorazado en esta torre inútil del lenguaje, en mi propio ensueño de cartón
piedra, en este papel desgajado donde rimo apenas recuerdos. Harto de altas
promesas azules, me rendí ante el ornato y el artificio del mundo. En mis
libros sólo queda la ceniza arrasada de toda una vida dedicada a competir con
la órbita de los astros. Aquí descansan por siempre los pródigos naufragios de
un sueño, el resto si acaso pertenece a una sombra peregrina. ¿De qué nos sirve
la clarividencia si no hay palabras transparentes? Tu voz y mi silencio caerán
como fruta podrida. Nada nuevo hay, todo se repite. Ser original es un truco
barato de magia. Tu lengua enmudece como un caracol envenenado en su propia saliva.
Si acaso plagia ecos gloriosos de un pasado. La rosa ya no es una rosa, sino
tan solo un motivo literario, donde la poesía es un espejo enamorado a su vez
de otro espejo. Imagen duplicada hasta el infinito sin remedio. No debemos
demorarnos en envolver nuestra voz con volutas y hojas de acantos, sino vivir
estos últimos soles que nos restan. La ceniza anunciará pronto el epílogo del
fuego. Yacen aquí mis versos de Arión definitivamente olvidados en la arena:
triunfo de alegres delfines y al mismo tiempo, desolada derrota.
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